Recreo el latido que dio vida a mi universo,
que con su fuerza mi corazón desboca,
que deja lágrimas ahora en cada verso
y en cada instante que tu recuerdo toca.
Recreo el deseo que retozó entre mis piernas,
que me prendía en llamas hasta volverme loca.
Hoy mis manos recuerdan las tuyas, tiernas,
y duermo con tu nombre besando mi boca.
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(Luis Eduardo Aute)
Hay algunos que dicen
que todos los caminos conducen a Roma
y es verdad porque el mío
me lleva cada noche al hueco que te nombra.
Y le hablo y le suelto
una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas;
luego apago tus ojos
y duermo con tu nombre besando mi boca.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido.
Sin tu latido.
Que el final de esta historia,
enésima autobiografía de un fracaso,
no te sirva de ejemplo,
hay quien afirma que el amor es un milagro
que no hay mal que no cure,
pero tampoco bien que le dure cien años;
eso casi lo salva,
lo malo son las noches que mojan mi mano.
Ay, amor mío (...)
Aunque todo ya es nada,
no sé por qué te escondes y huyes de mi encuentro.
Por saber de tu vida
no creo que vulnere ningún mandamiento.
Tan terrible es el odio
que ni te atreves a mostrarme tu desprecio.
Pero no me hagas caso,
lo que me pasa es que este mundo no lo entiendo.
Ay, amor mío (...)